Coser y cantar

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A veces, solo a veces, las cosas son más simples de lo que parecen. Otras incluso lo son y lo parecen. Y aquí nos tienes en un antiguo complejo fabril dedicado en origen a tareas peleteras y ahora, bueno, ya hace tiempo, reconvertido en una algarabía de diseñadores, arquitectos, grafistas, fotógrafos y, atención al dato, gestores del conocimiento. Tarea esta última que no deja de ser un horizonte de esperanza para esta nuestra tierra de pésimos gestores y peores gestionados. Y es en medio de esta marabunta, lío que no entiende ni el putas, que nos llega un encargo que no es tal pero que nos dará fama y reconocimiento, es decir ni un duro y la fama en casa de la familia a la hora de comer.
Pues a lo que íbamos, que las cosas si no son simples a veces, solo a veces, también, habría que hacerlas fáciles.
Estamos en la última planta de un edificio de un complejo fabril de principios de siglo. Debido a su uso originario nos encontramos con un gran espacio rectangular con ventanas en sus dos paredes largas, este-oeste, techos altos, equis metros, y un suelo más bacheado que la playa de la Barceloneta después de una rave de ociosos pero modernos. Como somos unos listillos y lo de ‘pretensión la justa’ es de solo puertas a fuera, nos quedamos con lo que nos interesa y a lo que no nos gusta le damos con hormigón.
La primera operación fue crear un nuevo suelo por encima del existente pero esta vez llano, característica por lo común muy bien recibida por la generalidad de la población. La segunda fue una decisión drástica pero impecable: dividir el espacio en tantas funciones como se nos pedían. Así apareció un área para el diseño gráfico y una segunda para estudio fotográfico, separadas ambas por una grada dirigida al plató de fotografía que institucionalizaba el tan popular como mal pagado y peor visto oficio, por lo de a jornada completa, de voyeur, mirón vaya.
Pero a partir de ahí nuestro gozo en un pozo, y sin que nos picaran la cresta nos dimos cuenta que nada era tan simple sino que había que dar respuesta a necesidades básicas de las nuevas funciones. Se necesitaban espacios segregables, áreas que pudieran privatizarse, controles visuales de entrada… pero como no hay mal que por bien no venga, si es que alguna vez fue mal y no fruto de nuestra perezosa inercia, nos pusimos a cantar una canción de taberna. Empinamos un poco el codo y, ahora sí con la pretensión justa, una bombilla nos iluminó. Bueno, fue un flash, y lo que hizo fue deslumbrarnos. Dita sea.
Había que crear dos espacios básicos, gráfica y fotografía, y se pretendía conservar la  sensación de amplitud que daba naturalmente el espacio. La estrategia básica consistió en definir de forma sutil diferentes áreas de trabajo, dotándolas de la infraestructura necesaria sin interferir en la lectura extensiva del espacio. Para ello se propusieron uno, dos y tres movimientos.

Uno, el suelo de la sala principal se pavimenta con madera en tres áreas rectangulares donde la posición de la tomas de información y electricidad en dos de ellas invitan a ser colonizadas por mesas, grandes mesas de estructura metálica sobre las que colocar caras pantallas de ordenadores bien enchufados y en marcha, que aunque no trabajando siempre dan un aire de actividad del agrado de los clientes. La ausencia de infraestructuras en la tira central la aboca a ser conservada como generoso deambulatorio que lleva de la entrada al plató de fotografía.
La necesidad imperiosa de contar con espacios de mayor privacidad para reuniones y agasajar a la jerarquía provocó que el pavimento de madera petrificada al que se le habían escapada más de unos pocos ceros se plegará ahí donde hiciera falta para envolver y privatizar. Los cerramientos laterales de los cubículos que aparecieron se completaron con cristal para no obstruir la entrada de la luz de las ventanas, conservando a la vez la visión de las paredes originales de fábrica. Es un poco como si levantaras la alfombra y te colocaras debajo ya fuera para hablar de asuntos delicados, ya por que estuvieras cansado de las monsergas de tu compañero de mesa, siempre y cuando no esté ya todo lleno de la inmundicia que la gente acostumbra a esconder y acumular lejos de las miradas ajenas.

Dos, un par de cortinas. Nos pareció una forma suficientemente sutil de segregar parcialmente, ni siempre ni totalmente, y a voluntad. Dos elipses de terciopelo se cuelgan del techo. Una de ellas te protege de las miradas de los recién llegados, una vez han franqueado la puerta de entrada, y por el mismo precio les ayuda a ir descubriendo el espacio gradualmente. Siempre se intuye que algo ha de haber detrás de una cortina, y más una que cuelga de semejante altura. Pocos pueden evitar el correr ligeramente el terciopelo y aventurarse en el espacio. Bueno, lo de aventurarse es relativo porque peligro, lo que se dice peligro no hay mucho. Una vez al otro lado se extiende el pavimento central de madera libre de objetos, con los cubículos y mesas a lado y lado, al final del cual se intuye lo que parece el intento de una segunda elipse de terciopelo.

Y aquí es el tres, la grada. Como el plató de fotografía pide una condiciones de luz y sonido distintas a las que necesitan las labores de diseño gráfico y administración, se establece una segregación rotunda entre los dos espacios. Se aprovecha esta necesidad para colocar una grada de espaldas al primer espacio y que mira con descaro a los sujetos fotografiados. La segunda elipse vuelve a aparecer en este segundo espacio dando una cierta intimidad a los espejos donde se preparan las fotogenia, los maquillajes y vestimentas. Una vez acicalados y acicaladas saldrán a ser inmortalizados impúdicamente vestidos, como es costumbre en la actualidad, mientras son observados y observadas desde la grada con no pocos pensamientos de características más bien básicas.
Ocho y maaaaambo. Ahg!