Un espejo mira, pero solo se sabe que mira mirándolo. Cuando la complicidad de miradas se establece entre dos espejos se desata un proceso sin fin en el que la dicotomÃa sujeto-objeto pierde sentido para entrar en una repetición infinita que los unifica. Cuando dos espejos se sienten próximos es normal que sientan la tentación de encararse y no deberÃa extrañar que algo quedara atrapado en medio de su juego. Es el Efecto PeluquerÃa, una ilusión sin fin de un objeto o lugar atrapados entre dos espejos que se miran.
Una pequeña tienda para una cristalerÃa es atravesada por unos agujeros ilusorios, perforaciones sugeridas por parejas de espejos que se miran y remiran y vuelven a mirar. Unas pantallas de cristal rojo unen la mirada de los espejos compartimentando y a la vez poniendo en crisis las referencias del espacio, son haces cálidos que se estiran hasta ahà donde nuestra vista ya no alcanza.
La calle tiene su reflejo en el interior, repitiéndose en el fondo del espacio gracias a unos espejos que buscan su pareja en el exterior. Pero esa pareja solo podemos ser nosotros, que miramos y nos reconocemos dentro de este lugar indefinido, en esa que creÃamos pequeña tienda y que al entrar se reinventa a sà misma como ilusión de un edificio en altura.
Los espejos dictan todas las normas en el interior, también dan las pistas constructivas. Asà unos marcos circulares de acero inoxidable reciben los espejos, sujetan las pantallas de vidrio laminar rojo, delimitan un espacio de exposición y dejan una traza que aprovecha la escalera metálica para envolverse en las pantallas laminares y subir hasta la primera planta.