La ‘chic generation’


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La Vanguardia ‘Dinero’
HOTEL CHIC&BASIC BORN

(Spain)

LA ‘CHIC GENERATION’

Los hoteles alternativos de Bertrand, Trenor, Sarasola o los hermanos Serra en singulares enclaves urbanos

Un dintel a siete metros de altura y una recepción casi transparente, junto a un ascensor encofrado en telas blancas; y enseguida, una escalera de mármol que serpentea hasta desembocar en pasillos de suelo desnudo. Es el hotel Chic & Basic Born Barcelona, un interior de paredes lisas protegidas por contraventanas de madera y cristal, situado en una manzana del barrio de la Ribera al frente de la Ciutadella y de espaldas al viejo mercado del Born, obra de Fontserè y emblema de la llamada arquitectura del hierro. El Chic Born expresa el encuentro entre el creador de la cadena Chic & Basic, Hugo Bertrand,y su arquitecto de cabecera, Xavier Claramunt. Nadie lo diría, pero la estructura del establecimiento es una especie de mecano superpuesto a la vieja arquitectura del edificio centenario que lo soporta.
Es un hotel de quita y pon al estilo de la exitosa cadena holandesa CitizenM, un concepto adecuado para el viajero posmoderno, émulo de Tristan Shandy –el personaje dieciochesco de Laurence Sterne– o de su viaje sentimental pegado al principio imaginario del hotel en la mochila. El dúo Bertrand-Claramunt representa una versión remozada de la implicación de los Bertrand en el mundo de la cultura; remozada, aunque anclada en la tradición, sobre todo si se tiene en cuenta que el bisabuelo de Hugo, el industrial y mecenas Eusebio Bertrand i Serra, fue el dueño absoluto de la gran compañía algodonera que llevó su nombre en la primera mitad del siglo pasado y formó equipo con el arquitecto Antonio Bonet para implantar su residencia de campo en La Ricarda, la conocida finca situada junto al aeropuerto de El Prat. Además de su empresa, Bertrand i Serra presidió Catalana de Gas (actual Gas Natural) y fue consejero de La Maquinista y del Banco Hispano; también destacó en su actividad como deportista (fue piloto de carreras y presidente de la Peña Rihn) y, como amante de la música, en el Gran Teatre del Liceu, que ahora preside su nieto Bertrand Vergés. Su periplo político, especialmente denso, tuvo lugar bajo la influencia de los grandes (Albert Rusiñol, presidente de Fomento; Robert, en la Societat Econòmica d’Amics del País; Domènech i Montaner, en el Ateneu, y Torres, en la Lliga de Defensa Industrial) en unos años marcados por el regeneracionismo y por las operaciones políticas de Silvela y Polavieja, que a la postre cobijaron el nacimiento en Barcelona de la Lliga Regionalista.
Hugo Bertrand y su socio en la cadena Chic & Basic, Albert Montesinos, compiten en materia de hoteles rompedores con otros grupos nacidos en la última década, como Praktik, liderado por José María Trenor, o Roommate, creado por Enrique Sarasola jr. y escoltado, como accionista importante, por Rosalía Mera, exesposa de Amancio Ortega (Inditex). Estos emprendedores ubican sus establecimientos en el casco histórico de ciudades como Berlín, Amsterdam, Londres o Barcelona y tratan de dignificar una franja del negocio low cost olvidada y mal vista, para situarse en el segmento del “precio inteligente”, bajo el paraguas de la nueva estética urbana. Son alternativos; rastrean los santuarios estéticos del sector, como las pensiones en el Berlín de Alfred Döblin (Berlín Alexanderplatz) o los hoteles románticos de Praga, al estilo del Ambassador, el Estrella Azul (el único hotel citado en la obra de Kafka) o el Zlata Studne, en la zona alta de la ciudad de los palacios recreada por Guillaume Apollinaire en su narración corta El transeúnte en Praga.
Los hoteleros de la chic generation no han cumplido los cuarenta. Algunos aprendieron el oficio en cadenas como NH o la AC de Antonio Catalán; siendo aún aprendices, conocieron el lujo de los Miramar y La Florida (Stein Group) o los Hospes de Alicia Koplowitz. También degustaron la plenitud del negocio maduro en el Majestic de los Soldevila, en el Claris de Jordi Clos o en el Juan Carlos I de Gaspart y del príncipe Turqui. En general, los nuevos han puesto en marcha complicidades y puntos de vista radicales, han abierto caminos dispuestos a tomar la alternativa de los referentes instalados. En Barcelona, sus antecesores han sido más bien escasos y especialmente marcados por los años difíciles: el Colón de George Orwell, el Oriente de Alfred Perlès o el Internacional de George Bataille. El segmento chic tiene la oportunidad de reclamar ahora una singularidad humana algo desfigurada en las cadenas internacionales, cuya llegada tardía a Barcelona rompió la rigidez del poderoso gremio del sector.
Los nuevos hoteleros viven un idilio con las ciudades. Los más atrevidos han rediseñado sus perlas en lugares comola bella Tánger, la urbe blanca extendida entre el mar y las montañas del Rif. Este es el caso de los hermanos Àlex y Bibiana Serra, creadores de la red Gat Room, propietaria de los hoteles Gat Xino y Gat Raval de Barcelona, ambos a golpe de clean & cool. En el momento de su nacimiento, la marca Gat se referenció en Londres, una ciudad en la que no hace tanto el mismo Tate Modern se disputaba el público joven con el Generator, un hostal de 200 habitaciones en el que se han inspirado los artífices del Gat Raval de Barcelona, con vistas al Macba, a pocos metros de multitud de galerías de arteyde laUniversitat Ramon Llull.
En la capital norteafricana, los Serra están a punto de abrir el Gat Tangerine, persiguiendo sombras en la “ciudad huérfana”, como la definió Paul Bowles; aunque su inspiración reclama un toque engagé, el Gat tangerino estáamedio camino entre el cuatro estrellas decente y el antiguo Minzah de la Rue Liberté, un edificio adornado con guirnaldas de buganvillas, que refugió en la ficción a los extravagantes personajes de Paul Morand en los años de la Gran Guerra. Tánger es la ciudad de Bowles (tiene el mismo derecho moral sobre el decorado que Maugahm en Malasia o Durrell sobre Alejandría), pero existen otras miradas como la de Gertrude Stein desde las terrazas del Ville de France, que acabó siendo el preferido de Truman Capote y Gore Vidal, o desde las habitaciones escuetas de los hoteles pobres, el Farhar, el Vienna o el Villa Mimosa, que acomodaron el estilo más modesto de los beats tangerinos (los Brion, Burroughs, Jak Keruak, Ginsberg y Orlovsky). En cualquier caso, no cabe duda de que la idea de Gat Tangerine habría resultado muy adecuada para la radicalidad suprema de Beckett o para el extremismo de Jean Genet, que, sin embargo, en su tiempo eligió la confortabilidad del Minzah, porque le “trataban como en casa” (Genet en Tánger, de M. Chourkri).
Los Gat han recalado en otros enclaves estratégicos de la memoria: sobre el antiguo Check Point Charlie, el paso fronterizo del antiguo muro de Berlín, extenuado por los espías de Le Carré, frente a la Friedrichtrasse y a tan sólo unos minutos caminando de la Filarmónica; también lo han hecho en la Lisboa de La Baixa (“é toda linda”, recuerda la web de los Serra) y delante del Folies Bergère parisino. Los emprendedores catalanes de nuevo cuño revisitan conductas del pasado y buscan antecedentes intangibles: el Cecil en Patrás, abundado por Miller y Durell, o el Chantecler, refugio de Cocteau y Radiguet.
Bertrand, Trenor o los hermanos Serra no han tenido tiempo de llegar a la historia; de momento, comparten peripecias con sus competidores madrileños (la cadena High Tech abrió la histórica Posada del Peine, el alojamiento más antiguo de la capital) y con otros experimentos barceloneses, como el Banys Orientals, en el conjunto del restaurante Parellada, o el Neri, fundado por Bruno Figueras.