Hotel Chic&Basic en Barcelona

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Magazine
Diseño Interior #168
HOTEL CHIC&BASIC BORN
(Spain)

HOTEL CHIC&BASIC EN BARCELONA

El fenómeno de los llamados hoteles de diseño es una variante -quizá la más visible, pero no la única- de la tendencia cada vez más asentada en la hostelería actual a ofrecer no sólo comodidades o buen servicio, sino también -o primordialmente- una experiencia singular de alojamiento. Esta idea le ha ganado definitivamente la partida a la noción tradicional de lujo.
Este establecimiento recién abierto en el corazón del efervescente barrio barcelonés del Born le da otra interesante vuelta de tuerca a ese planteamiento. Aquí se trata de que sea el huésped quien determine su propia experiencia de alojamiento, de que disponga de un amplio margen de maniobra para adaptar la habitación a sus necesidades o a sus deseos. El hotel, proclaman sus promotores, “es un camaleón y se convertirá en lo que quieras; en realidad, es una hoja en blanco”. Bienvenidos, entonces, al hotel virtual. O, más bien, al hotel interactivo, pues su configuración final es fruto de la intervención del huésped. La propuesta nace del encuentro de Chic&Basic, una empresa joven que quería -como su propio nombre indica- un hotel contemporáneo, fresco y diferente, pero accesible, y Xavier Claramunt, un arquitecto al que le gusta descubrir facetas insólitas de las tipologías sobre las que trabaja, sean éstas casas, tiendas u hoteles. Esta vez, el emplazamiento le ha dado la oportunidad de dedicarle además una mirada irónica y sorprendente al viejo lujo burgués del que estos nuevos hoteles se alejan y devolvérnoslo en forma de reflejo o de fantasma.
El hotel ocupa la planta baja, la principal y parte del entresuelo de un decimonónico edificio de viviendas en la calle de la Princesa con vuelta a Comerç. Se trata de un inmueble catalogado al que Claramunt se ha acercado como “el viajero llega a un lugar de donde sabe que tarde o temprano se tendrá que marchar”; es decir, “sin levantar mucho ruido, susurrándole a las decoraciones, las carpinterías existentes, a las pinturas de amorcillos, a las tapetas trabajadas a conciencia, que sí, que tienen que hacerle un pequeño sitio al que llega. Todo lo que se pretenda añadir, tarde o temprano tendrá que marchar. Se actúa como lo haría el viajero y se monta, se despliega, se instala más que se construye”. En efecto, el nuevo establecimiento viene a instalarse en su añejo contenedor sin apenas tocarlo en apariencia, pero transformándolo radicalmente. En planta, es como si la ortogonalidad de la traza original hubiera sufrido una mutación que respetara sus recorridos, pero haciéndolos líquidos y sinuosos. Al entrar desde la calle, unas cortinas colgadas a media altura y la posición oblicua del mostrador de recepción son el primer aviso de lo que nos espera: divisiones textiles, geometrías dinámicas y redondeadas. El vestíbulo es un breve tránsito hacia la escalera de mármol original, mantenida en todo su esplendor, con el vacío central valorado por una gran lámpara de cristal. Pero al llegar arriba, toda expectativa queda desbordada: donde uno esperaría un pasillo con habitaciones a los lados, encuentra una sucesión de flecos que se mueven, que desprenden luz verde, azul, roja… Una suerte de túnel-escenario donde se confunden lo dinámico y lo estático, lo textil y lo rígido, lo aparente y lo tangible. Cada puerta se esconde tras una cortina de flecos iluminada con leds y fibra óptica que configura una especie de vestíbulo ambiguo, como si la habitación entregara algo de su espacio al pasillo o se apropiara de parte de éste, según se mire. Franqueada la puerta, la habitación es un continuo blanco y fluido de límites imprecisos. De nuevo una cortina de flecos puede correrse o descorrerse en torno a la cabina de la ducha -no hay bañera-, en realidad un elemento preconstruido que articula en un solo módulo ducha, lavabo e inodoro (la única pieza cerrada en la habitación). Los paramentos de Formica blanca curvada dan curso a la fluidez espacial. Pero es el friso superior, también de Formica con acabado de espejo, el responsable de la indefinición de los límites al reflejar y multiplicar escayolas, molduras y elementos decorativos del contenedor, que incorporan esa imagen espectral del lujo del pasado. Un programa de escenas de luz permite decidir intensidad y color de la luz de la cortina y, así, de toda la habitación. La elección afecta también a la iluminación de la cortina exterior, de modo que los espacios comunes se transforman en una sorprendente trama de intimidades cambiantes. No hay más mueble que dos triángulos que, puestos de pie, actúan como mesitas y, en horizontal, como respaldos, de modo que la cama se convierte en sillón, escritorio o lo que el huésped decida. Todo se regula con un mando a distancia. La posición del núcleo de baño determina la distribución de cada habitación -hay 31; 28 en el principal y 3 en el entresuelo, que alberga también una zona de gimnasio y relax- y la posición de esta respecto a las demás. La tarima de madera del solado se interrumpe inmediatamente después de la ducha, y da lugar a un suelo hidráulico que recupera el nivel del pavimento original y llega hasta el hueco de fachada. La habitación es la protagonista absoluta; las zonas comunes se reducen al vestíbulo y un pequeño salón de encuentros amueblado con un imponente sofá orejero de dos metros de alto y pufs. Capítulo aparte merece el White Bar, un restaurante con entrada propia desde la calle para funcionar de forma independiente, aunque conectado con el hotel por una escalera. Un mostrador sinuoso y reflectante, de nuevo las cortinas, y el blanco brillante que se contamina de luz de color programable, ponen sobre la mesa los mismos elementos que en este singular hotel donde cada uno puede construirse su paraíso privado pero interactivo. “Un poco la tontería -escribe Claramunt jugueteando con el nombre de la calle- de sentirte como una princesa antigua, aunque ésta nunca acabe de reinar”.