Cuando te acercas a un pueblo o a una ciudad, es un momento de especial interés, es una imagen, una secuencia de sensaciones y percepciones que no se borran con facilidad; la curiosidad, la inquietud de conocer, de saber de la gente del lugar, hacen de aquel recuerdo una fuerte huella. A menudo, más fuerte que el conocimiento de sus plazas y calles.
Trabajar con el recuerdo y las expectativas equivale a controlar este punto de encuentro del individuo con la ciudad. El soporte físico que lo aguanta es la entrada.